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Maximiano Valdés: "Con la música, es posible un mundo mejor"


De todos los sueños que alimenta, ninguno tan persistente y significativo para el maestro chileno Maximiano Valdés -director titular de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico desde la temporada 2008-2009- como la ilusión de encontrar un hogar final para él y su esposa, luego de tantos años de andar por el mundo dirigiendo infinidad de orquestas, con casas siempre provisionales y la nostalgia a flor de piel por esa pertenencia que nunca ha vivido.

Conversamos nuevamente con él la semana pasada, de la misma manera como lo hicimos hace casi ocho años, cuando asumió la batuta de nuestra máxima institución musical con grandes desafíos, no solo artísticos, sino también de infraestructura.

A unos días del inicio de la sexagésima edición del Festival Casals -del que es su director artístico- el sábado próximo, el maestro Valdés nos recibe en su hogar, donde vive con su esposa Jody, entre partituras y el rumor del mar, acompañado también por Simón -su perro- y su gata Lulú.

Cuando reflexiona y mira su vida por encima del hombro, ¿qué ve?

De manera más inmediata, veo que vengo llegando de Cuba, donde hice un concierto el último sábado de enero pasado, en La Habana. Fue una experiencia tan fuerte y tan especial que me ha hecho repensar muchas cosas. Veo la necesidad de detenernos a analizar la realidad que nos circunda, qué grado de conciencia tenemos de lo que hacemos, qué grado de libertad tenemos como seres humanos en la sociedad en la cual vivimos y cómo nuestra actividad musical puede contribuir a que las personas adquieran una mayor conciencia para decidir su propio futuro, su propio camino.

¿Qué de ese viaje lo sacudió de tal manera? ¿Qué lo sorprendió tanto? ¿Qué encontró que no imaginaba encontrar?

Ver un contraste tan gigantesco entre un mundo desarrollado basado en un sistema de libre mercado y lo que en Cuba ocurre ha sido muy fuerte. Es muy difícil imaginar una realidad en la que un músico profesional, primer violín de una orquesta, gana 35 dólares al mes. Es muy duro darse cuenta de que esa misma persona, con una alta calidad interpretativa, tiene que hacer siete u ocho trabajos al día para poder subsistir, y que sin embargo, toma tan en serio su trabajo musical. No hablo de las posibles causas políticas de esa realidad porque no me corresponde, solo hablo de una sociedad muy solidaria y cuyos miembros comparten lo poco que tienen.

¿Cómo esta experiencia incidió en la visión de su realidad?

Me convenzo aun más de que es necesario que siga habiendo instituciones como la nuestra, capaces de difundir un repertorio de tanta importancia para la conquista de un lenguaje que nos permite compartir un destino común como seres humanos. La música tiene esa gran virtud. Tengo la certeza de que, con la música, es posible un mundo mejor. Estoy en eso, en un momento muy importante para trabajar donde el destino me puso, en trabajar por los puertorriqueños y por esta orquesta de la cual soy el titular, para que se conozcan sus frutos aquí y en el exterior, para que los músicos que la integran se sigan sintiendo con el desafío de ser mejores.

¿Y qué ve cuando mira más atrás, cuando mira al niño que fue, nacido en un hogar de unos padres músicos? ¿Cree que realmente tuvo opciones en la vida o considera que su destino ya estaba escrito desde que se encontraba en el vientre de su madre?

Por ser hijo de quien fui, lo primero que supe es que tenía la vara muy alta. Eso fue el desafío mayor. Tuve padres muy exitosos y eso me impuso el reto de ser fiel a ese legado, sin buscar el éxito por el éxito en sí, sino desarrollarme al máximo como persona y como músico. Si eso venía acompañado por el éxito, pues que mejor. Sí, creo que el destino está escrito y muchas veces no somos capaces de intuirlo. Luego las cosas suceden y pensamos que es fruto de nuestras decisiones. Estudié música de pequeño por una decisión de mis padres, no mía. Pero tenía talento y lo asumí como parte de mi responsabilidad.

¿Cómo se ha transformado con el tiempo aquel proyecto que lo llevó a consagrar su vida a la música?

Con los años se ha desarrollado y afinado el sentido de misión que tiene lo que yo hago. Al inicio, cuando estudiaba en Italia, todo es nuevo: las grandes oportunidades, las puertas que se abren, los grandes escenarios, es parte de eso. Luego se cae en cuenta de que el repertorio tradicional ha sido tocado miles de veces, que es muy difícil decir algo nuevo sobre él y que -en definitiva- se trata de revivirlo de la manera más natural posible para que la gente lo disfrute y lo comprenda. También uno se da cuenta de que estamos en un negocio y que el negocio lo manejan los que tienen una tajada importante del poder económico, que son las grandes compañías discográficas y los grandes países anglosajones. Hay grupos de poder muy fuertes en este mundo musical que determinan el éxito o el fracaso de artistas y sus carreras más allá del talento. También hay un mundo más marginal, un mundo como el latinoamericano y el centroamericano, con gente que hace música con gran propiedad, con grandes valores, con gran calidad, pero sin acceso fácil a los grandes mercados. Yo me matricule en este último mundo, para contribuir a mejorarlo.

¿De qué manera lo definió a usted el hecho de haber vivido en el Chile convulso de los 70?

Nací en un ambiente privilegiado, y no tengo empacho en decirlo. Mis padres eran extremadamente cultos. Mi padre militaba en una partido social cristiano que fue parte después de un conglomerado de izquierda. Cuando yo tenía 14 ó 15 años desconocía gran parte de la realidad social de mi país. Llegó el gobierno de unidad popular y trajo al escenario la realidad de millones de chilenos que no tenían acceso a una buena educación, a un buen sistema de salud, en fin, que no tenían las mismas oportunidades que tenía yo. Eso se sigue corrigiendo hasta el día de hoy con las reformas que está haciendo la presidenta Bachelet, pero en aquellos años las diferencias sociales eran mucho más radicales. El final abrupto del gobierno de (Salvador) Allende y la instauración de un gobierno militar nos abrió los ojos a todos en Chile, sobre la necesidad de los cambios que debían hacerse. Para mi fue muy importante ver que en mi país la gran mayoría de las personas no tenían lo que yo tenía y me nació la inquietud de trabajar por mejorar lo que había y de contribuir con la música a hacer de eso un mejor lugar para vivir.

Luego de casi ocho años a la batuta de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, ¿qué recuerda haber encontrado a su llegada?

Encontré una orquesta que no es muy diferente a la que tengo ahora, que tenía unas condiciones de trabajo que iban en una dirección totalmente contraria a los resultados que se esperaban, una orquesta que trabajaba en una sala de ensayos que era todo, menos eso; una orquesta a la que se le pedía excelencia musical y que no tenía las condiciones para eso. Cuando se nos entregó la Sala Pablo Casals y pudimos empezar a trabajar ahí, todo eso cambió. Eso reforzó la toma de conciencia sobre nuestra misión, que es entregar semanalmente un repertorio hecho en las condiciones adecuadas para revelar su belleza inherente.

¿Qué desafíos enfrenta la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, luego de haber superado esos obstáculos que usted encontró?

Nuestra orquesta está en el umbral de una nueva etapa. A su evidente crecimiento artístico ahora corresponde impulsar iniciativas que le permitan demostrar su calidad en toda la Isla y en el extranjero. Lamento no haber tenido las ocasiones de llevar nuestra orquesta a los Estados Unidos, como sí lo han hecho mis predecesores. Hemos recibido invitaciones concretas para realizar una gira por Latinoamérica, y recientemente han surgido iniciativas para que ella se presente en Cuba y en Polonia. Antes de esto, sin embargo, está la necesidad de realizar conciertos en toda la Isla. Estoy consciente de que esto implica gastos, pero esta misión es la propia de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico y no debemos seguir soslayando esta responsabilidad.

¿Qué hace falta para lograr esto?

Hace pocas semanas sacamos nuestro primer disco para el sello Naxos con obras de Roberto Sierra. Está obteniendo excelentes comentarios por parte de la prensa especializada internacional y esto, naturalmente, nos enorgullece. Este es el camino correcto y lo que se debe hacer para difundir el repertorio contemporáneo puertorriqueño y el trabajo de nuestra orquesta. Para continuar con este proyecto necesitamos contribuciones, y así como han aparecido para financiar la nueva orquesta de cámara que recientemente se ha presentado al público, así esperamos que también tengan a bien contribuir para este proyecto de nuestra orquesta sinfónica que garantiza la memoria de la composición puertorriqueña.

¿Qué reflexión le merece la resurrección de la vieja controversia sobre el horario de los ensayos de los músicos de la Sinfónica?

La nueva etapa se debe manifestar sobre todo en una revaluación de la importancia de nuestra orquesta en la comunidad y en las condiciones de trabajo de sus músicos. Recientemente se ha hablado en los medios de comunicación del horario de ensayos. Mi posición al respecto ha sido clara desde el primer día. Alabo la gran resistencia que demuestran los miembros de la orquesta durante los ensayos de la tarde, luego de todo un día de trabajo, pero es innegable que el trabajo musical se beneficia enormemente cuando se ensaya por las mañanas y esto -además- permite una mayor utilización de los espacios y un mayor número de actividades escolares. Espero que con buena voluntad logren superarse las incompatibilidades de horarios que aún subsisten y que ningún músico vea afectados sus ingresos.

En el umbral de la sexagésima edición del Festival Casals -y como su director artístico desde hace varios años- ¿cómo se plantea los retos de rescatar este proyecto de la inercia y de mantenerlo vivo, a pesar de las enormes desafíos económicos que plantea su celebración?

Esto se se puede ver desde dos perspectivas. Desde lo que actualmente es, estamos muy satisfechos con la programación de este sesenta aniversario. Hemos logrado convocar a músicos de gran prestigio y ofrecer una programación del más alto nivel. El Festival se confirma como el evento musical de mayor proyección internacional y constituye una ocasión única para disfrutar de grandes conciertos. Respecto a lo que nos falta por lograr, siento que la importancia que el Festival representa para Puerto Rico debería verse reflejada en una organización que cubra todos los aspectos necesarios para su buen funcionamiento, desde un presupuesto adecuado para su programación artística a una gestión con los medios de comunicación necesarios para su divulgación a nivel nacional e internacional. En estos años hemos recibido aportaciones privadas y esperamos que esto se traduzca en una mayor participación del sector privado en la vida del Festival.

Si pudiera dirigir solo una obra más de todas las que ha dirigido a lo largo de su carrera profesional, ¿cuál sería?

La que voy a dirigir el 27 de febrero, el “Réquiem alemán”, de Brahms. Es una obra sublime, extraordinaria y la estamos esperando todos los implicados -orquesta, coro y solistas- con mucha ilusión.

¿Qué obra aún no ha dirigido y sueña con hacer?

La novena de las sinfonías de Mahler. Es una obra de epifanía, absolutamente extraordinaria, que nos requerirá muchas horas de ensayo y que tengo contemplada para alguna de nuestras temporadas.

¿Cómo se lleva con usted mismo? ¿Cómo es la relación de Maximiano con Maximiano, en especial en esos momentos cuando no está con nadie más, excepto con usted?

Va cada vez mejor, estamos cada vez más cercanos. Furtwangler (el director alemán) decía que se llega a ser director de orquesta a los sesenta años de edad. Es profundamente cierto… se une la visión exterior con la interior y el propio yo. Este es un oficio público y todos traemos al escenario nuestros complejos y nuestros miedos. Por eso nos creamos una protección que llamamos ego. La clave está en hacer coincidir la visión que tenemos de nosotros mismos con la visión que los demás tienen de nosotros, en hallar ese punto de equilibrio que se encuentra solo en el más profundo y sincero ejercicio de humildad. Cada vez estoy más en paz con el proyecto de mi vida.

¿Y cómo se lleva con Dios?

Personalmente me llevo bien, siempre he tenido una gran atracción por este tema. Albergo grandes cuestionamientos al tema de las iglesias, pero no tengo dudas en cuanto a la divinidad se refiere.

¿Qué oficio le hubiese gustado ejercer de no haber sido músico?

Profesor. Siempre he tenido una gran atracción por enseñar lo que la música implica. Leo mucho sobre filosofía y religión, sobre asuntos culturales.

¿Qué oficio no haría por nada del mundo?

Banquero. No soy una persona que preste atención al dinero y en esto no soy precisamente organizado. Menos mal que mi esposa sí lo es.

¿Qué lo ilusiona profundamente en esta etapa de su vida?

Encontrar mi hogar final. Por mi oficio, por andar como gitano de país en país, yo nunca he tenido una casa propia. Hay un anhelo muy profundo por encontrar ese lugar, por poder decir “esta es esa casa”. Estamos cerca de eso, mi esposa y yo. Sí, soy chileno, y voy a mi país y me doy cuenta de que todo lo mío está ahí, pero que también esta afuera, en Asturias o en Puerto Rico, por ejemplo. Y seguimos aguardando y soñando con que ese hogar final llegue a nuestras vidas… o que nosotros lleguemos a él.

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