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María Emilia Somoza y sus huellas de vida


Cuando mira las huellas que ha dejado a lo largo de su vida, la doctora María Emilia Somoza se da cuenta de que en la inmensa mayoría de ellas ha estado acompañada por dos constantes: su arte y personas que vibran en su misma frecuencia, seres que han compartido sus sueños y sus pasiones.

“Al mirar ese camino recorrido veo una vida muy intensa, mucha actividad, varias metas logradas y una gran cantidad de personas caminando a mi lado”, dice la artista que hoy inaugura la exposición retrospectiva María Emilia Somoza: su huella en el aguafuerte, en el Museo de las Américas, en el Cuartel de Ballajá del Viejo San Juan.

Conversamos en su casa hace apenas un par de días, en el mismo lugar donde lo hicimos por primera vez en 1992, cuando la doctora Somoza ya dirigía el Museo de Arte Contemporáneo y comenzábamos a entretejer los hilos de una amistad que el tiempo ha cimentado. “Nací en el Hospital Auxilio Mutuo… viví un tiempo con mi familia en San Sebastián, en la Central Plata, y luego en Santurce, donde me gradué de escuela superior en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús”, recuerda. “De niña quería estudiar arquitectura, pero eso se tenía que estudiar fuera de Puerto Rico. Yo fui la hija mayor y mis padres y yo tuvimos un gran apego, por eso no pensé irme. Eso de la arquitectura fue como una ilusión por trabajar con los espacios, algo que con el tiempo hice diseñado escenografías para teatro, con Carlos Marichal, mi profesor en el ‘college' del Sagrado. Con su asesoría hice varios trabajos para la Compañía Puertorriqueña de Zarzuela”.

Luego de graduarse del Sagrado Corazón, en 1971 la joven María Emilia salió por primera vez de Puerto Rico, rumbo a Nueva York para hacer su maestría en Pratt Institute. “Era un mundo nuevo para mí… en Pratt casi terminé mi maestría, pero entonces me dio por ver qué ofertas tenía la Universidad de Nueva York para el doctorado. Me recomendaron que dejara Pratt y me fui para la Universidad de Nueva York, donde me convalidaron los grados que ya tenía, me dieron la maestría y seguí para el doctorado… nunca me ha gustado perder el tiempo y creo que esos años fueron muy productivos”.

"Ha sido una existencia muy orgánica con una obra que es muy vasta y que incluye el MAC y la gráfica, como partes sustanciales de un gran todo continuo. Y no me arrepiento de todo el tiempo que dejé de hacer grabado para dedicar mis mejores años al MAC y a los artistas contemporáneos de nuestra Isla… Estoy muy satisfecha de todo lo que he logrado…"

María Emilia Somoza

 

Mientras estudiaba, María Emilia comenzó a trabajar como profesora en Lehman College y en el Hostos Community College, así también como conferenciante y guía en el Museo Metropolitano de la Gran Manzana, sin sospechar que estas experiencias a principios de la década de los 70 serían de una utilidad inmensa tres lustros después, cuando se materializaría el sueño que dio vida al Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico, con la Universidad del Sagrado Corazón como primer hogar.

A su regreso a la Isla -como profesora de la Escuela Superior de la Universidad de Puerto Rico- comenzó a trabajar también en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, en la organización de lo que sería el Programa de Artes Plásticas de esta institución. “Para esos años hice mi primera exposición de gráfica, en 1974, en el Museo del Grabado Latinoamericano, del ICP”, rememora. “Ya tenía mucha obra hecha durante mis años en Nueva York, en especial en aguafuerte, que ha sido mi amor de toda la vida”.

A principios de los 80 comenzó a fraguarse la idea de dar un hogar al arte contemporáneo boricua “producto del esfuerzo y compromiso de un grupo de personas, no sólo míos”, asevera Maria Emilia. “Comenzamos a reunirnos en la Liga de Arte y ahí esbozamos lo que queríamos que ese museo fuese. Hablamos de que el arte contemporáneo nuestro no estaba metido dentro de una burbuja, sino que era parte de un contexto social, artístico y cultural. Ese fue uno de nuestros primeros criterios, el objetivo de contextualizar la producción de nuestros artistas con respecto a Puerto Rico mismo y su realidad, así como con el Caribe y el resto de América Latina”.

Con la apertura del MAC en 1985, María Emilia fue elegida de inmediato secretaria de la Junta de Directores. Sin embargo, a los pocos meses asumió la responsabilidad como directora. “Sin tener sede, fui a la Universidad del Sagrado Corazón para que me permitiesen hacer una actividad de recaudación de fondos en el teatro. El presidente de la universidad era José Alberto Morales y me preguntó dónde estaba ubicado el museo”, señala la artista. “Le dije que no teníamos lugar y entonces me llevó a ver un espacio en el Edificio Barat, con la promesa de que, si eso nos servía, él lo mandaba a pintar para que nos acomodáramos. A los pocos días lo regresé a ver con unos planos para la remodelación, con una cotización de $200,000. Se echó a reír y me dijo que ese dinero no existía… pero al final apareció y en octubre de 1985 el MAC fue inaugurado”.

Al evocar este episodio, María Emilia reitera que este proyecto es un gran ejemplo de que en los momentos realmente trascendentales de su vida nunca ha caminado sola. “Me veo siempre con muchas personas alrededor, personas clave en mi vida”, dice. “Sin duda mi relación con el Sagrado Corazón fue crucial en este proyecto y ahí estuvimos hasta el año 2002, cuando nos mudamos al edificio de la Calle Labra, gracias a la gestión de la gobernadora Sila María Calderón”.

Con su retiro como directora del MAC en el 2008, María Emilia retomó de lleno su obra en metal, su amor por el aguafuerte. “Durante todos mis años en el MAC yo silencié mi obra”, comenta. “Creo que fui algo injusta conmigo misma, pero es que en ese lapso pensé más en lo que la institución necesitaba… me entregué de lleno al museo y mi grabado quedó a un lado. No obstante, aunque no estuvo haciendo obra físicamente, sí desde el punto de vista conceptual y todo eso que acumulé lo vi plasmado en mi obra una vez la retomé en la hechura”.

Galería

La exposición

La idea de esta exposición retrospectiva que abarca poco más de cuarenta años de romance con el metal y el ácido que lo perfila nació del estímulo de varias personas muy cercanas a María Emilia, entre las que menciona a Noemí Ruiz, Rafi Torres y Carmelo Fontánez. “Ellos comenzaron a preguntarme por qué no exhibía una buena representación de toda mi obra en un solo espacio, después de tantos años de hacerla”, comenta. “En el 2010 hice mi exposición individual más reciente se tituló Homenaje a la vida y fue en el Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana. Nunca había hecho una exposición de esta envergadura y, la verdad, me he conmovido ahora que he visto juntas tantas de mis obras realizadas durante un lapso tan extenso. Claro que no está toda mi obra pero sí una selección muy vasta y representativa”.

“Nunca he dejado abandonadas las cosas que amo, aunque por un lapso me concentré en otras cosas”, apunta. “Aunque dejé el Museo de Arte Contemporáneo hace ya algunos años, lo sigo llevando conmigo y eso ha sucedido también con mi obra, que siempre ha estado muy presente en mi vida. Ha sido una existencia muy orgánica con una obra que es muy vasta y que incluye el MAC y la gráfica, como partes sustanciales de un gran todo continuo. Y no me arrepiento de todo el tiempo que dejé de hacer grabado para dedicar mis mejores años al MAC y a los artistas contemporáneos de nuestra Isla… en verdad que no. Estoy muy satisfecha de todo lo que he logrado… ahora mis años de más experiencia se los doy a mi grabado”.

Respecto al aguafuerte -prácticamente en desuso en nuestros días- María Emilia explica que una de las razones de su fascinación por esta técnica “siempre me da sorpresas y a mí las sorpresas y los retos me fascinan”. “Nunca me ha gustado lo fácil, prefiero lo que me exige, no solo un esfuerzo mental y emocional, sino también físico”, apunta. “La salida del MAC me desafió a retomar mi obra, pero al mismo tiempo me hizo pensar que quizá ya habría olvidado muchas cosas. Pero es increíble… no ha sido así, al contrario, todo lo que aprendí está intacto y mejor aun, con soluciones más inmediatas a problemas que hace veinte años me costaba mucho resolver, como si el silencio de todos estos años hubiese servido para preservar lo que ya sabía y mejorar lo que no dominaba con tanta fluidez. ¡En verdad que es una sensación maravillosa!”.

María Emilia dice que la exposición cuyo diseño es obra de Néstor Otero, creador también del catálogo- tiene cinco temas: el mar, su espacio de creación, el 11 de septiembre, encuentros y, finalmente, su interior. “Es una mirada muy amplia a los diversos contextos que han sido cruciales en mi vida, tanto en lo personal como en lo artístico”, explica. “A mi me gusta mucho la exposición. Estoy muy complacida. No sé lo que va a pasar cuando el público la vea, pero yo estoy muy emocionada. Uno no hace obra pensando en complacer o por un obtener aplauso, sino como expresión de una necesidad de vida. Es un dictado de la conciencia, nunca debe ser porque se trata de una moda o porque algún crítico así lo plantea”.

Con la mirada clara y la voz susurrante de siempre, María Emilia dice que le ilusiona seguir trabajando, viajar, escuchar buena música. “Es tiempo ya de pensar un poco más en mí”, dice con una sonrisa. “Esta exposición es un paso en esa dirección… quiero seguir creando, sí, eso es una de las cosas que más deseo”.

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