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Sonrío...

Ahora solo sonrío.

Cuando veo las noticias locales eso es lo único que se me ocurre hacer. Sonreír. Antes me encolerizaba y escribía. Sí, eso, escribía. Gastaba palabras y palabras, más que para convencer a otros con mis argumentos, para afianzar mi certeza de que aún me quedaba algo de cordura y mantenía una noción funcional del bien y del mal, de lo que nos debe de indignar y de lo que solo es trivial.

Pero no, ya no escribo sobre lo que ocurre a diario en esta isla -¿en este país? ¿en esta colonia?Lo he intentado pero las palabras se me atascan, se me atoran en algún lugar entre el tedio y la tristeza y no hay forma de que el cursor las rescate de ese hartazgo que las ahoga. Ahora solo sonrío con un gesto que me sabe amargo, con un gesto que ya me comienza a dibujar arrugas donde hasta hace poco no las tenía.

Me lo dice el espejo y yo le pregunto al que desde el espejo me mira si realmente tiene algún sentido intentar una sola palabra más -escrita o hablada- para imaginar un cambio favorable en el curso caótico de esta isla. No me responde.

Textos van, discursos vienen. Se declara, se ordena, se legisla, se comenta, se opina, siempre la misma basura. De un lado y de otro, del gobernador y de los legisladores, de casi todos los azules, rojos y verdes, de los buscones y de los analistas, de los que desde hace mucho tiempo empeñaron y saquearon al país y de los que no lo han hecho quizá solo porque no han tenido la oportunidad, en fin, de los presuntamente buenos y de los incuestionablemente malos.

No, ya no escribo, solo sonrío y sonrío solo porque la única otra expresión posible es un grito rabioso de indignación e impotencia ante lo que sé muy bien que no tiene remedio.

Publicado hoy en El Nuevo Día


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