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El Festival Casals y los privilegios de la amistad


La música solo existe cuando es interpretada -nunca antes, nunca después- y por eso cada experiencia con ella merece ser vivida como si fuese la primera vez… y también la última. Con esta certeza compartida, el violonchelista Antonio Meneses y el pianista Arnaldo Cohen darán vida esta noche al segundo programa del Festival Casals con una colaboración que pone de relieve nuevamente los inmensos encantos que posee la música de cámara.

A partir de las 8 p.m, con la Sala Sinfónica Pablo Casals como escenario, estos extraordinarios artistas brasileños y viejos amigos de Puerto Rico -(Antonio ha venido en al menos 5 ocasiones y Arnaldo nos vista por tercera vez)- interpretarán un repertorio integrado por “Cinco piezas en estilo popular para violonchelo y piano, Op. 102, de Robert Schumann; la “Sonata en sol menor para violonchelo y piano, Op. 65, de Frederic Chopin; el aria de la quinta de las “Bachianas brasileiras”, de Heitor Villa-Lobos; y la Sonata núm. 2 en fa mayor para violonchelo y piano. Op. 99”, de Johannes Brahms.

Unidos no solo por sus raíces cariocas (oriundo de Recife, Antonio se crió en Río de Janeiro y Arnaldo nació en esta última ciudad), estos cimeros artistas están vinculados también por una gran amistad, una inmensa admiración mutua y por el placer incandescente que derivan de hacer juntos música de cámara, privilegio que viven siempre -aseguran- como si fuera la primera vez, sin importar las veces que a lo han hecho y sin pensar tampoco en cuántas ocasiones más lo volverán a hacer.

Aunque se conocen desde hace mucho tiempo y la inquietud de tocar juntos también es añeja, no fue sino hasta el año pasado cuando concretaron el deseo de unirse para hacer este tipo de repertorio, uno que ambos disfrutan tanto y que se distancia sustancialmente del quehacer que ambos desempeñan como concertistas -acompañados por orquestas, claro- o como intérpretes solitarios en recitales.

Conversamos con ellos durante una pausa de su largo ensayo del martes pasado, en el marco de una oportunidad estupenda de presenciar el trabajo casi artesanal con el que estos dos grandes artistas viven el inefable placer de hacer música juntos.

“Hace un par de años tuve la oportunidad de hacer este mismo repertorio en Sao Paulo y luego de eso, Arnaldo y yo conversamos sobre la posibilidad de tocar juntos este repertorio de cámara”, dice a El Nuevo Día Antonio, quien desde hace muchos años reside en Suiza. “Lo hicimos por primera vez el año pasado en Sao Paulo. Estamos muy felices por tener la oportunidad de hacerlo nuevamente ahora para el público de Puerto Rico”.

“Es muy distinto hacer música de cámara que ser solista con una orquesta”, agrega Arnaldo, quien también es uno de los profesores más célebres en la Universidad de Indiana. “Ser concertista o dar recitales solo, implica muchas horas en soledad de práctica y de ensayo, antes de tocar con la orquesta y una vez esto sucede, se está en un escenario a merced de muchas variables: de la orquesta, del director. En contraste, cuando decides hacer música de cámara es porque prácticamente todas las condiciones del compromiso se alinean con lo que uno mismo desea, en especial el repertorio y la compañía”.

En esta misma línea de pensamiento, Arnaldo añade que cuando se aborda un proyecto en torno a un repertorio de cámara, “es porque hay una profunda empatía con tus colegas acompañantes, una muy buena relación, una gran admiración, un profundo respeto”. “Cuando esto pasa -asevera- es maravilloso, como en este caso, con Antonio, un artista cimero, extraordinario. Tocar con él plantea para mí un desafío muy estimulante, más aun cuando se trata de un repertorio tan hermoso. Preparar esta presentación siempre es un proceso muy estimulante para ambos, una aventura que rompe con esa soledad de la que hablábamos y que es tan común cuando se hace una carrera como solista, ya sea como concertista o en recitales. Estamos aquí porque somos amigos, porque amamos lo mismo, porque sentimos una pasión enorme por hacer esta colaboración cada vez que tenemos la oportunidad. Es un lujo”.

Mientras Arnaldo almuerza algo y nos escucha, Antonio explica que “es maravilloso poder trabajar esto de la manera como lo estamos haciendo”. “Claro que podría ser mas sencillo y rutinario”, ilustra. “Arnaldo sabe sus partes, yo las mías, ensayamos un par de horas y listo, pero no, no lo hacemos así, sino que trabajamos de nuevo las obras por completo, nos sumergimos en ellas con una amor y una devoción enormes, como hoy, que llevamos varias horas ensayando y hasta se nos ha olvidado la hora de almorzar. Cuando se hace este tipo de repertorio con un colega como Arnaldo, es una fiesta para ambos, con la esperanza de que el público lo perciba y lo escuche así la noche de la función”.

Como colofón, ambos coinciden en que la magia es muy importante y que solo se cae en la rutina cuando aquella falta. “Para nosotros esto nunca es rutina”, dice Antonio. “Estamos aquí desde hace horas, discutiendo cada detalle y descubriendo y disfrutando”. “Para que la magia suceda, se debe trabajar de esta manera, con esta intensidad, con esta pasión. Todos los días, siempre”, concluye Arnaldo.

(Esta entrevista fue publicada en la edición impresa de El Nuevo Día del 25 de febrero de 2016)

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