Anne-Akiko Meyers: directo al corazón
Esta noche, cuando se presente en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico, la estelar violinista Anne Akiko Meyers hará exactamente lo mismo que ha hecho profesionalmente desde hace alrededor de tres décadas siempre que sale a un escenario: apuntar con toda su alma al corazón de cada persona que la escucha y tocar como si fuera la primera vez… y también la última.
De más está decir que esta afirmación no es hueca, pero lo reitero: no lo es. Es una verdad incuestionable no solo porque ella lo dice, sino también porque así lo corroboramos las personas -músicos y no- que la escuchamos tocar el Concierto para violín de Félix Mendelssohn en el ensayo del pasado jueves. Era -repito- solo un ensayo. Y Anne Akiko nos robó el aliento.
Sin duda una de las violinistas más conocidas en el mundo, no solo por los amantes del repertorio clásico, sino también de otros géneros más populares, la artista -nacida hace 45 años en San Diego, California, de madre japonesa y padre estadounidense- interpretará esta noche el Opus 64 de Mendelssohn en el programa con el que termina el Festival Casals, acompañada por la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, bajo la batuta del maestro Jesús López Cobos.
Minutos antes de ese ensayo conversamos con ella y una vez más quedó de manifiesto que los más grandes y más talentosos y más geniales suelen ser también las personas más sencillas. Agradable, conversadora, risueña, Anne Akiko reconoce que a menudo hace una pausa para pensar en todo lo que ha vivido, en una trayectoria que ha sido como ir en una montaña rusa, a un ritmo a veces de frenesí, de país en país, de teatro en teatro, de grabación en grabación, de proyecto en proyecto. Y se detiene. Y recuerda.
“Sí, he vivido experiencias inmensamente gratificantes, pero de la misma forma a veces siento que la vida ha pasado demasiado rápido, en especial desde que tengo dos hijas, una de 5 años y otra de 3”, explica. “Y me detengo para recordar lo inmensamente bendecida que he sido. La música es un arte que me ha insertado una industria muy cambiante, imponiéndome la necesidad de ser tan innovadora y de reinventarme siempre, involucrándome en nuevos proyectos. Precisamente por este ritmo tan vertiginoso es que nunca dejo de tener los pies en la tierra y pensar y recordar y agradecer”.
Sin el menor asomo de duda, Anne Akiko asevera que la niñez que vivió la moldeó sustancialmente, con unos padres con profundas afinidades musicales -pianista y pintora ella; él, clarinetista- que le inculcaron desde muy temprano esa pasión. “De niña quería ser astronauta”, recuerda Anne Akiko con una sonrisa. “En verdad que me interesaba -y todavía me interesa- el cielo, las aves, volar y la idea de que allá afuera hay un universo inmenso. También la música fue algo muy presente gracias a mis padres y esa pasión de ellos cayó en terreno fértil conmigo, Recuerdo con mucha nostalgia y cariño los veranos, cuando iba con mi mamá a Tokio a ver a mi abuela. ¡Dios, cómo adoraba a mi abuela!”.
Al reflexionar sobre los desafíos inherentes a tocar infinidad de conciertos al año y grabar y viajar, Anne Akiko explica que la naturaleza misma de la música y su belleza la hacen inmune a la inercia y que gracias eso la llama jamás se consume.
“Cuando toco una obra, siempre es la primera vez, no ‘como’ la primera vez, sino, en realidad, una nueva primera vez”, asevera. “Y me pongo muy nerviosa siempre, antes de cada función, antes de salir al escenario, porque nunca se sabe con precisión qué va a suceder ya que siempre estoy creando algo nuevo, en vivo, en el momento, sin importar cuántas veces antes lo haya tocado. Y eso es sencillamente electrizante”.
"Hablo con mi instrumento..."
Anne Akiko añade que es “una privilegiada, porque la gente me viene a escuchar y me aplaude y compra mis discos”. “Lo agradezco inmensamente y no es cliché”, afirma. “Recibo tanto y tanto del publico, que la única manera como puedo pagar eso es dejando lo mejor de mí en el escenario cada vez que salgo, donde quiera que sea. No sé hablar español y tampoco los idiomas de muchos de los países que visito, pero hablo con mi instrumento, con la música, con mi corazón, como ahora, como este sábado, que tocaré el concierto de Mendelssohn apuntando con toda mi alma al corazón de cada persona que me escuche”.
Maestra en un vasto repertorio, desde el barroco y el clásico hasta romántico y el contemporáneo, así como el jazz y el popular, Anne Akiko se resiste a elegir alguno -y menos aun una obra en específico- como su predilecto. “No puedo escoger, amo todo demasiado”, señala. “Cada compositor que toco me produce un sentimiento de asombro, lo mismo Vivaldi que Piazzolla, Mozart o Mendelssohn, en fin. Por ejemplo, toco este concierto del sábado y pienso ‘¡Oh Dios, cómo es posible que este hombre haya compuesto esta obra tan hermosa, solo un genio puede hacerlo!’. Y me pasa con Szymanowski, al que interpretaré la semana próxima. Ahora mismo estoy claramente enamorada de Szymanowski”.
Con infinidad de compromisos lo mismo para tocar como solista en conciertos que para ofrecer recitales, Anne Akiko dice que ambas tareas son muy distintas y sin comparación posible. “Un recital se prepara como se prepara un menú, con un aperitivo, un plato principal y un postre, con la posibilidad de una variedad muy amplia de sabores”, explica con elocuencia. “En contraste, un concierto es algo más contundente, algo así como estar en un juego de beisbol, con el marcador empatado en la parte baja del noveno inning, con dos outs y la cuenta en 3 y 2 y ¡BANG!, conectar un jonrón… o no darlo”.
Sonreímos con la metáfora y nos despedimos. La artista tiene que prepararse para el ensayo… y afinar la puntería. Si esta noche usted asiste al concierto o lo ve por televisión, mire su corazón. No lo cubra, déjelo a la vista: Anne Akiko estará apuntando a él.
(Esta entrevista fue publicada en la edición impresa de El Nuevo Día del 12 de marzo de 2016)