De fiesta y con los reyes la lengua en tiempos de escasez
- Mario Alegre-Barrios
- 15 mar 2016
- 3 Min. de lectura

De fiesta está la lengua durante estos días con la celebración en Puerto Rico de la séptima edición del Congreso Internacional de la Lengua Española.
De fiesta la lengua, que quede claro, y no la Isla, no el país, al que este cumbre le viene bonita solo a través de los ojos de los académicos, de los llamados “intelectuales”, de los editores y de los escritores. De los escritores de verdad y también de los que no lo son, de los que solo dicen o piensan o creen serlo y que esta semana vuelven a sacar el ego a pasear y se toman infinidad de fotos con los famosos para publicarlas con el mayor frenesí y sin el menor recato a través de todas las cuentas de sus redes sociales.
Así son los congresos como este. Entre otras cosas, para eso son. Y está bien que así sean, sin el menor intento de demonizarlos, porque tienen su lado bueno, porque nos visitan unos cuantos escritores verdaderos, porque vienen varios humanistas de calibre y porque hay un puñado de conferencias con temas realmente pertinentes y de actualidad para la lengua, para nuestro idioma, para la palabra.
Es lindo sin duda que durante estos días se hable bonito de Puerto Rico en el mundo. ¡Claro que sí! Y más aun si vienen los reyes de España y aprendemos -o recordamos- el protocolo que hay que seguir ante ellos. ¡Con lo que nos encanta todo eso! No importa que las monarquías estén obsoletas y esta -la ibérica- esté más desprestigiada que nunca.
¡Dios, qué oportunidad de revivir la magia de 1992, cuando los padres de Felipe -el monarca actual- vinieron a la Isla para la celebración del quinto centenario de la llegada de Colón a América! Qué afortunados somos con la posibilidad de comportarnos como todos unos hijos de la Madre Patria si por accidente nos cruzamos con ellos -con Felipe y su cónyuge Letizia- y hacemos lo debido, si mantenemos la distancia, si no los miramos directamente a los ojos, si no les estrechamos la mano, ni los abrazamos, ni les damos un beso. Solo una reverencia. Y ni pensar en hablarles si no son ellos quienes primero nos dirigen la palabra, siempre anteponiendo la frase “su majestad”. ¡Coño! Seguramente saldremos en el "¡Hola!". Un sueño hecho realidad.
Emocionante sin duda. Y muy lindo.
Lo que no es lindo -lo que no está nada bien-, es que el Gobierno de este país en quiebra dedique un solo centavo a una fiesta como esta -leí en algún lugar que la aportación gubernamental para este Congreso es de dos millones de dólares- mientras cada vez hay menos recursos para la educación y la salud, mientras las calles y carreteras están llenas de cráteres, mientras miles aún no reciben sus reintegros, mientras buena parte de quienes se dedican a trabajar por nuestra cultura apenas reciben migajas del Estado, en fin, mientras la Isla se nos cae en pedazos.
Vamos, es algo así como hacer una fiesta de quince años para la nena de la casa en el Ritz Carlton cuando no hay dinero ni para hacer la compra y el banco está por ejecutar la casa. Aun en su locura hasta don Quijote lo comprendería.
Que quede claro que amo la palabra y a los escritores -a los de verdad-, a los editores y a los académicos y también a algunos intelectuales, no muchos Las fiestas con fondos públicos en tiempos de escasez -en días casi de miseria- definitivamente no.
¿Y los reyes? Con todo respeto -y no es nada personal- los reyes me son indiferentes.
(Una versión corta de este texto fue publicada en la sección del "Buscapié" en El Nuevo Día del 15 de marzo de 2016)