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Andrés Mojica y su pasión por 'el rey de los instrumentos'


Antes de decirme una sola palabra de él, me habló con su música, con el majestuoso órgano de tubos del Teatro de la Universidad de Puerto Rico, me habló con Bach y las más conocida de sus Tocatas -la escrita en re menor, BWV 565. Cuando el maestro Andrés Mojica terminó y retiró sus manos del teclado, la sala vacía estaba llena de un silencio reverencial que pareció durar una eternidad. Otro de esos momentos mágicos que se viven en este oficio.

Esto ocurrió hace un par de días, a media semana, durante el ensayo de “Sonido majestuoso”, el recital gratuito para todo el público que Andrés ofrecerá este domingo -a partir de las 6 de la tarde- en el teatro de nuestra máxima casa de estudios, como parte de esa agenda autoimpuesta que aspira a que este gran instrumento sea escuchado por el mayor número posible de personas.

El programa que ofrecerá este virtuoso intérprete del llamado “rey de los instrumentos” -con perdón de los demás, incluida la batuta- estará integrado por la “Fanfarria del Emperador”, de Padre Antonio Soler; la “Sonata en trío, Núm. 5 en Do mayor, BWV 529”, de Bach; “Una visión humilde”, de William Ortiz; la mencionada “Toccata en re menor” de Bach; “Preludio-Toccata", de Roberto Milano; ‘Oración a Notre Dame’, de la “Suite Gótica”, de Leon Boellman; el estreno mundial de “Introspeccióm”, del joven puertorriqueño Carlos Lamboy Caraballo; y la ‘Toccata' de “Piezas de Fantasía”, de Louis Vierne.

Andrés y Bach

“Sueño con crear una academia para comenzar a formar desde la infancia a quienes deberán tomar la batuta. No quiero ser el único que toque este majestuoso instrumento”

Andrés Mojica

“Esto es como un avión”, dice Andrés con una sonrisa, mientras gira en la banqueta para quedar sentado de cara a las butacas. “Son 32 pedales, tres teclados, llaves, controles, 2,391 tubos… en fin. Y el sonido. ¡Ufff! No hay manera de que la sonoridad de un órgano de tubos como éste sea reproducida en una grabación. Nada como escucharlo en vivo”.

El maestro tiene razón. Absolutamente. Este concierto de mañana domingo es una estupenda oportunidad para comprobar por qué Andrés asevera eso, como parte de un larga relación que se remonta a una infancia en la que su padre -don Rafael- sembró y abonó en él un acendrado amor por la música como camino para cumplir el sueño que él mismo jamás pudo realizar.

“Papi siempre quiso ser músico, pero mi abuelo nunca lo dejó porque decía que eso era muy bohemio y no una profesión de verdad”, dice Andrés. “No obstante, en casa siempre hubo un piano disponible y una guitarra, en los que comencé mi aventura con la música, aunque debo reconocer que de niño lo que más anhelaba era ser entomólogo. Me fascinaban los insectos y pasaba largas horas observándolos, en especial las hormigas, admirando su enorme sentido por la organización y el trabajo solidario. Detestaba que las mataran. Si una araña o una mariposa morían, las guardaba en alcohol”.

Al ver la pasión de Andrés por ese micro mundo, don Rafael vendió en $40 un carro viejo que tenía y con eso le compró a su hijo un microscopio que exacerbó la curiosidad del niño. “Eso me abrió un mundo maravilloso”, recuerda Andrés. Dejó calle y amigos para pasar su tiempo libre metido en casa estudiando insectos y tocando de oído un órgano eléctrico que su padre había conseguido en pago por arreglar un lote de diez órganos que unos estadounidenses habían adquirido en una subasta.

“Él era técnico electrónico de intercoms y sistemas de amplificación”, explica Andrés. “Cuando los gringos se ganaron los órganos en una subasta, pusieron un anuncio en el periódico buscando a alguien que los arreglara. Papi les dijo que si conseguían los manuales él los reparaba, pero que tenían que regalarle uno. Así fue como empezó mi vida con este instrumento”.

A medida que Andrés crecía y su padre se especializaba en la reparación de órganos, varios maestros de la música comenzaron a llegar al hogar de los Mojica en Levittown, no solo para solicitar los servicios de don Rafael sino también para tocar música. “El taller de papi estaba en la sala de la casa y ahí se reunían personas como Eloy Monrozeau y Jaimito Umpierre para hacer música. Yo me sentaba con ellos, escuchaba y tocaba de oído”, cuenta Andrés. “Me enseñaron mucho y también don Pablo Catasús, un organista de Mayagüez, que me dio clases. Todos ellos le dijeron a papi que yo tenía talento pero que debía hacer estudios formales en música porque si no nunca llegaría a ningún sitio como intérprete”.

María del Carmen Gil fue la primera profesora de piano -en clases privadas- que tuvo Andrés, pero pronto el adolescente se cansó y decidió dejar de estudiar música. “Cosas de muchacho”, reconoce Andrés. “Papi nunca me forzó. Quise entonces estudiar arquitectura y terminé en Humanidades, en lo que era uno de los Colegios Regionales de la UPR. Me volvió a dar el deseo de tocar órgano y me fui al recinto de San Germán de la Universidad Interamericana, el único lugar donde había estudios universitarios en órgano”.

A los 21 años de edad Andrés se subió por primera vez en una avión y se marchó al Conservatorio de Oberlín, en Ohio, “el paraíso de los organistas”, afirma. “Ahí solicite sin decir nada en mi casa. Cuando finalmente me aceptaron una una beca completa por cuatro años y se lo dije a papi, se le salieron las lágrimas”.

Y mientras lo cuenta, a Andrés también se le humedece la mirada.

Luego de hacer su maestría -en dirección coral- en Eastman College y trabajar cuatro años como organista en Wisconsin, Andrés regresó a Puerto Rico en el año 2002, por amor a su tierra y a su familia, aunque eso significase de alguna manera renunciar a su sueño de seguir siendo organista, porque en la Isla este oficio estaba prácticamente a punto de desaparecer.

Pero el sueño lo persiguió hasta su isla. En el 2006 se reinauguró el teatro de la UPR y comenzaron a circular los rumores del proyecto que culminaría con la inauguración de su órgano de tubos en el año 2010, simultáneamente con la convocatoria para una plaza como maestro de órgano en el recinto riopedrense, responsabilidad que Andrés desempeña a tiempo completo.

Desde entonces Andrés -quien esta casado con la flautista Ana María Hernández, miembro de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico- es quien toca este maravilloso órgano, mientras alimenta la ilusión de seguir formando a organistas que el día de mañana sigan con la misión, no solo de mantener vivo este instrumento, sino también de que el arte del órgano se disemine por toda la Isla. “Sueño con eso, con crear una academia para comenzar a formar desde la infancia a quienes deberán tomar la batuta”, dice Andrés para finalizar. “No quiero ser el único que toque este majestuoso instrumento”.

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