Carlos Roberto Gómez Beras: en pos del silencio
Hay historias que comienzan mucho antes de su inicio, capricho cronológico que es absolutamente coherente en la existencia oficial casi ya de un cuarto de siglo de la editorial Isla Negra, pero cuya crónica se remonta mucho más allá de 1992 -año en el que publicó su primer título- quizá a principios de la década de los 80, cuando Carlos Roberto Gómez Beras -su fundador- descubrió que podía ser poeta, inspirado por el maestro escritor Josemilio González, su profesor de literatura en la Universidad de Puerto Rico y quien años más tarde habría de prologarle Viaje hacia la noche, su primer poemario.
Tres décadas y media después, Carlos Roberto -nacido en 1959 en la República Dominicana y criado en Puerto Rico desde los cinco años de edad- conserva intacto el recuerdo de la manera deslumbrante como lo marcó su encuentro con el autor de Soledad absoluta y Vivir a Hostos, estimulándolo a pensar constantemente en literatura y a llamarse a sí mismo poeta.
“En realidad yo no fui un niño lector ni pensaba en escribir”, reconoce Carlos Roberto quien, desde Isla Negra, ha sido de una importancia capital en las carreras de decenas de escritores, tanto puertorriqueños como dominicanos. “Mi madre era abogada y provengo de una familia de dentistas. Cuando quise estudiar leyes, en la universidad me dijeron que no era posible, porque había entrado por ciencias biológicas y que tenia que ir a la Facultad de Humanidades y tomar cuatro clases que me faltaban, entre ellas literatura. Ahí conocí a Josemilio y esa experiencia me dejó fascinado, tanto que, cuando acabé las clases que me faltaban, le dije a mi madre que no sería abogado, sino poeta. Del susto mami me envió a un sicólogo para que me ayudara a aclarar mi vocación, pero al final terminé estudiando literatura”.
“La poesía siempre es búsqueda, siempre es intento… nunca es logro, nunca es conquista. Siempre es el deseo de decir algo. Cuando lo digo ya no es poesía, ya es otra cosa, poema en todo caso. ¿Y qué hay entre el intento y el logro? Un paréntesis, el silencio"
Carlos Roberto Gómez Beras
Una mañana Josemilio vio a Carlos Roberto ensimismado, escribiendo en uno de los pasillos de Humanidades. ¿Qué tanto escribes?, le preguntó. Es que soy poeta, le respondió el joven. Ajá, ¿y cómo lo sabes? Bueno, tengo muchos poemas escritos, le dijo, mostrándole un paquete con decenas de hojas mecanografiadas. Tú quieres que lea esto supongo, le dijo el maestro. Sí, por favor. Muy bien, ven la semana próxima a mi oficina. Y Carlos Roberto fue. Iba feliz, no era para menos, el mismísimo Josemilio González se había ofrecido a leer lo que había escrito con tanto esfuerzo, con tantos desvelos, convencido de que era poeta.
A Carlos Roberto se le encogió el corazón cuando su maestro abrió la carpeta con sus textos. Olía a sangre. Todas las páginas estaban marcadas y con anotaciones manuscritas en rojo. Sin poder adivinar la magnitud de lo que iba a escuchar, el joven tenía la esperanza de una crítica benévola o al menos misericordiosa, sobre todo al pensar que había decidido ser poeta inspirado precisamente por Josemilio, por la manera como este extraordinario narrador le había revelado las posibilidades de la palabra escrita. El nerviosismo súbitamente se convirtió en abismo cuando escuchó a su maestro decir: ¡Esto es una mierda… nada de esto sirve!, palabras que cayeron como una lápida en las ilusiones de Carlos Roberto. Pero profesor, ahí hay cincuenta poemas, balbuceó. Sí, aceptó Josemilio, hay cincuenta poemas, pero no hay una sola poesía.
Esta fue la primera gran lección y, casi por inercia, llegó la segunda, cuando Carlos Roberto se dio cuenta de que apenas comenzaba a aprender, de que era imposible que fuese poeta si no era escritor y de que era igualmente descabellado que llegase a ser escritor si primero no era un buen lector. Guiado por sus cursos de literatura comparada, comenzó a leer y cuando llego a Whitman y a Baudelaire, se dio cuenta de que su maestro tenía razón: lo que él había escrito era una mierda.
“Me dejé de preocupar por escribir y me dediqué a leer… y a maravillarme, hasta que llegó la que sería la tercera gran lección en todo este proceso, la que recibí al sentir la urgencia de escribir. Y no escribí solo uno o dos poemas, sino un libro que me impuse como proyecto, de principio a fin”, recuerda. “Se lo dediqué a Josemilio González pero no me atreví a dárselo personalmente, sino que se lo dejé en el buzón de profesores. Me llamó y me dijo que ahí sí había poesía y que lo fuera a ver a su casa, donde me dio la cuarta lección: ‘ahora que ya estás aprendiendo a escribir, tienes que aprender a borrar’. De ahí salió Viaje hacia la noche, mi primer libro”.
Fue precisamente Viaje hacia la noche lo que hizo germinar el proyecto que habría de convertirse en Isla Negra en 1992. Antes de eso el libro -con prólogo de Josemilio González- ganó el premio del Pen Club de 1989, “que en aquel entonces era como el gran premio nacional”, recuerda Carlos Roberto, que había alquilado un buzón en una pequeña tienda de llaves en la avenida De Diego, en Santurce, al lado de la desaparecida librería Bell, Book & Candle. “Ese buzón fue el primer hogar oficial de Isla Negra”, explica. “Viaje hacia la noche lo publiqué con Colecciones Isla Negra, junto con Iván Figueroa, diseñador que trabajaba en Publicaciones Puertorriqueñas, y fue con él con quien comencé el sueño que resultaría en Isla Negra como editorial independiente.
Carlos Roberto explica que el nombre de la editorial “es un homenaje a una de las tres casas de Pablo Neruda, la de Isla Negra, que era la que más amaba”. “El primer libro completo de poesía que leí en mi vida fue Residencia en la Tierra, de Neruda”, evoca. “Me estremeció… que te sacuda así este libro es terrible porque lo que te golpea es todo el surrealismo. Isla Negra es un homenaje a la inmensa influencia que el poeta chileno tuvo en mí”.
Carlos Roberto en su propia voz
Al publicar Viaje hacia la noche, Isla Negra pronto se convirtió en una alternativa para los escritores boricuas y varios de ellos se acercaron a Carlos Roberto para que les publicara. “Yo no era tanto el editor, más lo era Iván, yo hacia los contactos”, explica Gómez Beras. “Luego de publicar unos cuantos libros, Iván se fue a Chicago y me quedé solo con Isla Negra, en una esquina del apartamento en el que vivía con mi novia de entonces, solo con una iMac y un teléfono. Yo hacía todo, editaba, iba a la imprenta, al banco, recogía los libros, cargaba las cajas, los distribuía, cobraba, pagaba. Llegó entonces la oportunidad de hacer la coedición con la Universidad de Puerto Rico de El rostro y la máscara, que nos dio un impulso tremendo. La crítica destruyó este proyecto con el argumento de que cómo era posible hacer una antología de autores inéditos. El tiempo me ha dado la razón: la mayoría de ellos han hecho carrera”.
Luego de Viaje hacia la noche, Carlos Roberto escribió tres libros más publicados en un volumen titulado La paloma de la plusvalía. Luego de eso, un silencio absoluto. “Era editor, pero mi ego como escritor me hacia compararme constantemente con los escritores a los que les publicaba”, explica. “Eso era un obstáculo inmenso para ser un buen editor y por eso dejé totalmente de escribir y me concentré en mis mejores escritores para editarlos y publicarlos”.
Durante veinte años Carlos Roberto no escribió un solo verso y así, sin escribir, era muy feliz, asevera. “Tenía una familia, una esposa, una hija, una carrera como profesor en la universidad y también como editor”. apunta. “Era feliz, ¿qué necesidad tenía de escribir. Doris, mi esposa entonces, me ayudó a echar para adelante la editorial, con la ayuda de su hermana. Creó una infraestructura que tuvo muy buenos resultados”.
Pero escrito está que felicidades tan grandes no suelen durar demasiado. A mediados de la década pasada Carlos Roberto se quedó solo y tanto él como Isla Negra sufrieron con la tormenta que casi los hizo naufragar. “Entonces, cuando miré a mi alrededor, vi que lo único que me quedaba era la escritura, que la poesía era la única tabla de salvación y me refugié en ella”, señala. “La mayoría de los escritores que tenía no me conocían como escritor, sino solo como editor y profesor. Tomé una decisión y me la jugué fría: reuní en un solo volumen los cuatro libros que ya tenía y en el año 2007 los publiqué bajo el título de Aún. Fue un éxito y eso me quitó la enorme presión que tenía por publicar. Confié en mi poesía y esa fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida”.
Con la llegada del nuevo milenio una gran camada de escritores comenzó a reclamar su espacio dentro de nuestra literatura -varios de ellos como parte del colectivo El Sótano- e Isla Negra fue parte fundamental en el desarrollo y proyección de buena parte de ellos. De aquellos primeros años del siglo XXI sobreviven nombres como los de Jorge David Ortiz Capiello, Marioantonio Rosa, Ana María Fuster, Mayda Colon, Kattia Chico, Juanmanuel González, Amarilis Tavárez, Carlos Esteban Cana, David Caleb, Mayra Santos-Febres, Janette Becerra, Mairym Cruz Bernal, Carlos Vázquez, Julio César Pol, Javier Ávila, Rafael Acevedo, Guillermo Rebollo Gil y Pedro Cabiya, entre varios más.
De retorno a la escritura, Carlos Roberto escribió Mapa al corazón del hombre, libro que le redituó su segundo gran premio del Pen Club, en el año 2012, y en el 2015 vio la luz Errata de Fe, poemario que nace -dice el poeta- de su “encuentro cotidiano con el error, no solo en los libros, sino también en la vida”. “Nunca he hecho un libro perfecto, los errores no solo son los tipográficos sino que también los hay de sentido en una palabra, de intención, de sintaxis. Los editores trabajamos con el error y es uno de los oficios más ingratos del mundo. Un trabajo que está bien hecho solo cuando no se nota, cuando no se ven errores. Cuando estos son evidentes entonces el editor, el mal editor, se vuelve visible”.
Con este libro, Carlos Roberto trabaja el error “como una oportunidad, como una puerta”, dice, “cómo desde la caída te levantas para el vuelo… es un libro que quizá no hubiese sido posible si yo no estuviese tan habituado a mi trabajo como editor”. “Explora todas las variantes del error, algo que es inherente al ser humano”, añade. “Es también un libro que representa un nuevo paso en mi camino hacia la síntesis”.
Para Carlos Roberto, la poesía “es música, es sonido”. “En ciertos poemas hemos dejado atrás la rima, pero nunca el ritmo”, apunta. “Cada escritor no solo debe escribir su poema, también debe escucharlo. Cada vez me siento más claro en que la principal característica de la poesía es la síntesis, que ésta es decir más con menos y que, por lo tanto, la expresión más alta de la síntesis es el silencio, pero no cualquier silencio, sino el silencio de la poesía. Hacia eso voy… mi nuevo libro se titula Árbol, cada poema solo tiene tres versos y el ultimo de ellos es una pregunta”.
Aunque Carlos Roberto está de acuerdo en que una de las aspiraciones supremas de la mayoría de los escritores es parecerse cada vez más a lo que escriben, considera que eso nunca se logra. “En la poesía, en el momento en el que logras decir lo que querías decir, ya no dices lo que querías decir, porque el lenguaje siempre es menos de lo que quieres decir, y a veces es más”, comenta. “La poesía siempre es búsqueda, siempre es intento… nunca es logro, nunca es conquista. Siempre es el deseo de decir algo. Cuando lo digo ya no es poesía, ya es otra cosa, poema en todo caso. ¿Y qué hay entre el intento y el logro? Un paréntesis, el silencio. Esto es lo que uno tiene que aprender a dominar, no tenerle miedo al silencio, sino amarlo, encontrar la sinfonía que hay en él. Estamos en una época en la que todo mundo tiene que decir, que gritar. Y la gente piensa que tú estás vivo por lo que dices. No, tú no estas vivo por lo que dices, tu estas vivo por lo que haces. Y se hace en silencio”.