Y disculpen los que tienen la piel finita...
Somos un país en el que la gente suele tener la piel finita cuando de opiniones o de sentires o de credos contrarios a los propios se trata y, por eso, de entrada aclaro a los que no me conocen -y reitero a los que sí-, que respeto profundamente los credos de cada cual -vamos, y las opiniones y sentires también, pero sobre todo los credos-, de la misma manera como espero el respeto a mis credos, pero sobre todo a mis no-credos que -por decirlo de alguna manera- son sagrados para mí. Es precisamente a partir de este respeto -concebido como mutuo- que leo con una satisfacción que aún se queda corta que el Departamento de Hacienda investigará a las iglesias y otras organizaciones religiosas, como parte de su plan para identificar a aquellas que, mientras funcionan con amplias exenciones tributarias, pudiesen estar lucrándose sin pagar los impuestos correspondientes. De inmediato, varios líderes de este tipo de organizaciones reaccionaron indignados ante lo que no es otra cosa que el anuncio de unas auditorias a las que toda entidad y todo individuo estamos sujetos como parte de la sociedad en la que -a veces lastimosamente- convivimos. Si todo está en orden en esas organizaciones que administran la fe de sus fieles, aleluya, no hay nada que temer, bendecidos todos y su reputación quedará intacta ante los ojos de su dios. De lo contrario, le habrán fallado a su jefe y ante él -en su momento, según su fe- tendrán que responder. Pero antes deberán hacerlo en la Tierra, con sus respectivos cheques -con multas y recargos incluidos- al Secretario de Hacienda. ¡Ah! y decía que mi satisfacción se queda corta porque solo será completa cuando se legisle para que personas como yo, respetuosas de esas organizaciones religiosas -pero sin la menor afinidad con ellas-, dejemos de subsidiarlas -desde nuestro no-credo- con nuestro dinero. Y disculpen los que tienen la piel finita…
(Esta nota fue publicada en el Buscapié de la edición impresa de El Nuevo Dia del 22 de abril de 2016)