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Rosa Vanessa Otero: "El arte es una apuesta y un forcejeo contra la muerte"


Hay dos clases de poetas, los que lo son y los que no; los que en una frase revelan el universo y los que ni en cien folios mueven una hoja; los que en un prodigio de alquimia convierten en relámpago dos o tres palabras, y los que esconden sus carencias -sus graves carencias, sus irremediables carencias- tras un barrunto retórico lleno de costuras y con sentido solo para ellos; en fin, los que pasan la vida pensando que no son poetas y sí lo son, y los que van por ella solo creyendo que lo son… siempre solo creyendo que lo son.

Rosa Vanessa Otero pertenece sin duda a la primera categoría, a la de los que son, a los de la síntesis, a los de la alquimia, a los que, cuando se les pregunta desde cuándo son poetas, responden “todavía… aún no”, a pesar del tiempo, a pesar de los libros publicados, a pesar de los premios, en fin, a pesar de toda la poesía escrita.

En eso pensaba hace uno días, luego de conversar con Rosa Vanessa con el pretexto de la presentación de su libro To Muddy Death que se llevará a cabo mañana jueves a partir de las 7 de la noche en la librería del Instituto de Cultura Puertorriqueña, en el Viejo San Juan. La presentación estará a cargo de la Dra. Beatriz Cruz Sotomayor, directora del Departamento de Español de la Universidad del Turabo, con una lectura que incluirá -además de la autora- a Magaly Quiñones, Karen Sevilla, Ángela María Valentín, Alexandra Pagán, Millicent Maldonado y Ángel Antonio Ruiz.

Así, sin creer aún del todo que es poeta, Rosa Vanessa ha venido caminando desde una niñez en la que soñó ser doctora, abogada, bailarina de ballet, escritora y periodista, en un hogar en el que los libros llegarían más tarde y en el que ella y su hermano serían la primera generación de universitarios. “Mis primeros libros los leí en la pequeña biblioteca de la escuela pública a la que fui”, recuerda. “Fábulas y cuentos de hadas por montones fueron las lecturas de aquellos años. Más tarde comencé a leer lo que soltaba mi hermano, sobre todo libretos de teatro hispanoamericano y poetas como García Lorca… de alguna forma fue gracias a mi hermano Cefín Edgardo que también me topé con la inquietud por escribir. Y escribí algunos cuentos, textos que tengo muy bien escondidos y que jamás publicaré”.

“Sufro mucho por la manía que tengo de exprimir las palabras, de trabajar en la gramática que a veces se queda corta y hay que torcerla para que al final diga lo que quiero decir. Puedo estar días en una sola línea…"

Rosa Vanessa Otero

Graduada de Periodismo de la Escuela de Comunicación Pública de la Universidad de Puerto Rico, Rosa Vanessa explica que optó por estudiar este oficio porque “casi todas las grandes mentes de Puerto Rico han pasado por el periodismo y, además de que me gusta, tenía que ser realista y práctica y estudiar algo que me permitiese trabajar”. “A pesar de que ejercí poco como periodista, no me arrepiento de haber estudiado esta carrera, porque me ha ayudado a crear estructuras de pensamiento que siempre me ha sido de gran utilidad en mi trabajo como editora en la Editorial de la UPR y, claro, también a la hora de escribir”, acota.

Rosa Vanessa explica que la poesía no fue una pasión muy temprana en su vida como lectora y que ese arte le parecía “oscuro, a veces cursi”. “Claro que era así por mi falta de lecturas de poesía de calidad, pero todo empezó a cambiar cuando entré a la universidad y empecé a leer buena poesía”, apunta. “Al empezar a hacer periodismo, me percaté de que la rigidez de la expresión me aplastaba un poco y eso me llevó a buscar otras formas de expresión que me diesen más libertad. La poesía fue el camino y un gran desahogo”.

Con tres libros publicados y varios premios en su resumé, entre ellos los del ICP en 1997 y 2011 y del Ateneo Puertorriqueño en 2000 y 2003, Rosa Vanessa asevera -sin falsa modestia- que todavía no se considera poeta porque, entre otras cosas, siente que aún le falta mucho camino por recorrer. “Además, el día en que esté demasiado satisfecha con algo que haya escrito, ahí se acabó la cosa”, reflexiona. “Porque, ¿para qué escribir después? ¿Como un acto de autocomplacencia? Escribir poesía, si es en serio, tiene esa parte oscura, ese no saber… siempre sé donde empiezo, pero nunca adonde voy a llegar. Mientras escribo el poema, encuentro el poema parecido a mí, pero tan pronto termino y regreso a él, a veces no me reconozco y me pregunto quién lo escribió“.

Respecto a To Muddy Death -premiado en el 2011- Rosa Vanessa comenta que en sus poemas trabaja “con algunas representaciones que se hacen de la mujer desde la óptica de la cultura y también con diversos estados de ánimo, como lo puede ser la llamada ‘histeria femenina’, y buscar en eso la posibilidad de que haya poesía”. “En momentos de crisis, el arte es una apuesta y un forcejeo contra la muerte. Aunque no pueda librarnos de la caída, la poesía tiene la posibilidad de ayudarnos a caminar con algo de dignidad sobre lo precario. En estos poemas escribo sobre esa precariedad; cada poema es una invitación al riesgo y a la lucha, pero no desde la soberbia y prepotencia del fuerte sino desde el reto que supone la propia debilidad”, agrega Rosa Vanessa sobre este poemario. “Toda persona sensible puede verse en estos textos porque se trata de una poesía que reconoce sus lados oscuros y los hace objeto del arte. El título es una cita directa del Hamlet de William Shakespeare que acompaña la imagen de la portada, un detalle del cuadro Ofelia, de J. E. Millais. La bella muerta (Ofelia) no es necesariamente el tema de mi libro, ni los poemas están escritos en inglés, pero trabajo con esa y con otras imágenes de la mujer que recibimos a través de la cultura; y me cuestiono si estoy dispuesta, como poeta, a subirme a mi propia rama aunque sepa que se va a romper”.

Al hablar de su proceso creativo, Rosa Vanessa sonríe, duda un poco y finalmente dice en voz baja “es muy jodido”. “Está bien, escríbelo así mismo porque así es como es, muy jodido”, reitera. “Sufro mucho por la manía que tengo de exprimir las palabras, de trabajar en la gramática que a veces se queda corta y hay que torcerla para que al final diga lo que quiero decir. Puedo estar días en una sola línea… sé que es algo disfuncional, pero así soy con la escritura. Además, nunca está la escritora sola… siempre aparecen la editora, la actriz y la periodista. Tiendo a ser muy narrativa y eso no me gusta tanto, intento difuminarlo”.

Aunque los premios no se buscan, Rosa Vanessa dice que los que ha obtenido la han motivado a seguir escribiendo. “Pero no son una solución para la inseguridad de la que parto siempre como creadora. No son un diploma… Tampoco han sido una puerta que me haya dado acceso a la publicación de mis trabajos ni a que sean reseñados. Tengo más inéditos premiados que libros publicados”, comenta. “La gran ironía de ese estado es que me siento borrada de una posible historia literaria de mi país, pero al mismo tiempo, ese borrón o esa tachadura me protege de la vanidad y de un exceso de confianza que no es bueno para ningún escritor serio. Es una oportunidad única para dar a conocer solamente lo mejor, guardar lo regular y romper lo malo. Creo que estoy a tiempo de eso”.

Su quehacer como editora a tiempo completo en la Editorial de la UPR ha mantenido un poco a raya el deseo de difundir su obra, precisamente por no sentirse cómoda como promotora de sí misma. Sin embargo, las cosas han comenzado a cambiar y ha decidido salir de ese ostracismo, entre otras cosas “por respeto a quienes leyeron esa obra y la consideraron meritoria”. “Entre esas personas están -detalla-, Mercedes López- Baralt, quien fue la primera persona que me incluyó en una antología de literatura puertorriqueña; Manuel de la Puebla, el primer poeta que se ocupó de mi obra; Jesús Tomé, lector de mis borradores; y los Jurados que la premiaron: el mismo Manuel de la Puebla, Edgar Martínez Masdeu y Hamid Galib, por el premio del Ateneo en el 2000; Áurea María Sotomayor, Hjalmar Flax y Vanessa Droz, por el premio del Ateneo 2003; y Alberto Martínez Márquez, Carmen Vázquez y Miguel Ángel Fornerín, por el premio del ICP, 2011, entre otros. En este año fui incluida por primera vez en una antología de poetas de fines del siglo XX, Este juego de látigos sonrientes, editada por Edgardo Nieves Mieles. Hasta ahora, yo no me había puesto a pensar que esas personas de gran calidad intelectual apostaron por mi escritura sobre otras que de seguro valen igual o más, y que lo mínimo que puedo hacer para no traicionarlos ni traicionarme a mí misma es dejarme ver, sin caer en el farandulismo literario, algo que me aterra”.

Rosa Vanessa tiene dos poemarios nuevos, inéditos, en busca de editor. “No creo, para mi caso, en la auto publicación. Como editora profesional me resisto a aceptar que nuestros autores y autoras se vean en la necesidad de auto publicarse, aunque entiendo que las circunstancias han llevado a ello y la eclosión que estamos viendo de las editoriales independientes me resulta fascinante y positiva”, reflexiona. “Llegado el caso, podría publicar mis cosas yo sola, pero sería un recurso in extremis. Ya no es una mala palabra el emprendimiento literario, pero sigo creyendo en la importancia que tiene unirse a un catálogo. Actualmente, veo los inéditos de poesía encontrando editorial, pero no así una colección de cuentos infantiles de los que me siento muy orgullosa, los cuales, si no encuentran sello este año, de seguro tendré que gestionarlos sola, lo que sería una aventura interesante”.

Termina la charla y Rosa Vanessa dice que seguirá trabajando, escribiendo poesía, con la esperanza de que algún día pueda finalmente sentir que es poeta. “Mientras eso ocurre -murmura- veo mucha poesía, mucha belleza rota frente a mí, belleza cuyos fragmentos debo reunir en palabras y dársela a la gente, porque la belleza existe… y el amor también”.

¿Acabamos?, pregunta. Sí Rosa Vanessa, acabamos, le digo. Sonríe… preguntas raras las que haces, protesta…

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