¡Carajo, qué suerte!
Hay momentos de una magia inasible, instantes de un inefable encanto difuminado por la inmediatez que solo adquieren su justa perspectiva cuando han pasado, cuando ya solo viven en la memoria, cuando esa distancia los pone en su justa perspectiva y pensamos, con reverencia, con agradecimiento
¡carajo, que suerte!
experiencias que no son raras en este oficio de escribir, en esta pasión por ver para contar, en esta casi obsesión por compartir lo que se ama, lo que solo es cuando se hace, como la música, cosas que ocurren de manera inesperada, una tarde/noche cualquiera, como ayer, durante el último ensayo del programa que hoy presenta la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico como parte de su temporada da abonos.
Llego cuando está a punto de comenzar, es un ensayo abierto al público, como los de todos los viernes previos a los sábados en los que hay concierto. Subo a la segunda planta, desierta, excepto por la presencia en uno de los laterales de maestro y amigo Rafael Enrique Irizarry, director asociado de la orquesta, absorto en sus partituras. Lo saludo y me siento justo en el centro no solo para tomar unas imágenes, sino también para disfrutar -una vez más- del programa que volveré a escuchar en un rato, esta noche.
He tratado de imaginar -le digo al maestro Irizarry durante el intermedio- cuántas veces más en mi vida tendré la oportunidad de escuchar en vivo estas obras, en especial la Sinfonía Fantástica, de Berlioz… ¿tres? ¿cuatro? Diez, aventura él. De todas maneras, le digo, diez es un número limitado, no son muchas veces, sobre todo si pensamos que, luego de morir, las posibilidades de volverla a escuchar en vivo se reducen considerablemente. Sonríe. Cierto, responde, creo que también voy a tener que pensar en eso… de hecho, la Orquesta iba a hacer la tercera de Mahler el año próximo, pero no va a ser posible. Si no viajo, creo que me quedaré con el deseo de escucharla nuevamente en vivo.
Nos sentamos juntos, justo en las butacas centrales de la segunda fila, donde -creo- mejor es la acústica. Y entonces, con el inicio de la Fantástica, comienza también esa magia de la que hablaba al principio, con una nueva luz sobre la orquesta -esta orquesta que conozco desde hace 39 años- y -sin pensarlo conscientemente- pienso, con reverencia, con agradecimiento
¡carajo, qué suerte!
porque, ¿cuántas veces se tiene la fortuna de seguir el ensayo de una obra tan hermosa y tan compleja, tan inmensa y tan querida como esta con los iluminadores comentarios de alguien como el maestro Irizarry? Con cada pausa del maestro Valdés y la orquesta, un apunte breve de mi vecino de asiento, bien en la anécdota, como el de la pasión amorosa de Berlioz y su juventud al escribir el Opus 14, o en particularidades puntualmente musicales, como la orquestación y la construcción de nuevas texturas sonoras que antecedieron al mismísimo Wagner.
Es a partir de aquí donde realmente Berlioz abre otros horizontes, me dice Ricky al comenzar el segundo movimiento, un vals… y me doy cuenta de que, a pesar de todos los años que tengo de escuchar y disfrutar la Fantástica, de pronto comienzo a escucharla y disfrutarla desde otra perspectiva, más abarcadora y profunda, con otro aire, con otras resonancias, y por un momento, por esa manía que tengo por la nostalgia, recuerdo la primera vez que -siendo muy niño- escuché por primera vez una orquesta sinfónica en vivo, sentado con mi padre en la parte más alta -y más barata también- del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, con la Sinfónica Nacional dirigida por Luis Herrera de Fuente y un programa integrado por el segundo de los conciertos para piano de Bártok -con Eva María Zuk como solista-, y la Sinfonía Coral, de Beethoven.Y creo que también entonces -si no esa noche, sí al menos al día siguiente- pensé, con reverencia, con agradecimiento
¡carajo, que suerte!
Termina el ensayo y solo entonces me doy cuenta de que apenas he respirado, de que he contenido el aliento durante los minutos finales de la Fantástica, por su belleza, por su inmensidad, por darme cuenta una vez más de que la música solo es cuando se hace y que por eso cada vez que se interpreta es única e irrepetible, por el vecino de asiento y la magia del momento, por la nueva luz, en fin, por saber que no serán muchas las oportunidades de escucharla de nuevo en vivo y que cada vez que esto ocurra -con esta obra y varias más, como el segundo concierto de Szymanowski, que desconocía y que ahora conozco gracias al maestro Francisco Cabán- el encanto estará ahí, quizá difuminado por la inmediatez, y que seguramente volveré a darme cuenta y a pensar, con reverencia, con agradecimiento
¡carajo, que suerte!
si no el mismo día, sí al menos al día siguiente, una vez que el momento haya pasado, cuando ya solo viva en la memoria… como ahora, como siempre.