Eterno el debate en torno a la 'Sinfonía Coral'
Por Rafael Enrique Irizarry / Escritor Invitado /
Habiendo tenido interacción en fechas recientes con lo que es, ostensiblemente, el bosquejo estructural -quizás hasta filosófico y poético- del Finale de la Novena Sinfonía (Op. 125) de Beethoven, la llamada Fantasía Coral (Op. 80), nos hallamos ahora involucrados -fortuitamente- en otra presentación de su mas ambiciosa contraparte. Poder compaginar ambas composiciones, en apariencia distantes en la cronología de obras de su autor, es un ejercicio auspicioso. Nadie se atrevería a argumentar que la Fantasía Coral es una obra maestra, y no ha sido hasta los últimos años que la musicología ha “levantado el rostro” para admitir -sin sonrojarse- que la Fantasía es un ensayo o prototipo del final de la Novena, pace la indignación -en la primavera de 1990- del respetado columnista Donald Thompson en The San Juan Star. (El Dr. Thompson cuestionó “a quemarropa” que el Maestro Odón Alonso hubiese programado la Fantasía en un abono de la Sinfónica.)
Quizás es pertinente anotar que nuestro primer contacto con la Novena Sinfonía ocurre en etapas y circunstancias formativas cruciales para músicos jóvenes. Fue en el Eastern Music Festival de 1979 (Greensboro, Carolina del Norte) que un colega de nuestra Sinfónica -Raimundo Díaz Cosme- y quien escribe, tuvimos el inmenso honor de tocar la obra teniendo en el podio a uno de los colosos, el Maestro Robert Shaw. Las particellas en nuestros atriles ostentaban las correcciones -eso mismo, correcciones- que años antes el Maestro George Szell había hecho a las partes de sus profesores en la Orquesta de Cleveland, en tiempos en que Bob (¡Así le decían!) Shaw era su director coral.
Es precisamente ahí donde comienza el tanteo a la médula de estas líneas. Recuerdo que el Sr. Díaz y yo conversábamos de que había algo diferente, además del entorno vocal, en esta pieza. Nos resultaba imposible resistir el embate emocional de la primera sugerencia del An die Freude durante el largo prólogo del cuarto movimiento; pero notábamos también que algo había evolucionado en las exigencias para las voces y los instrumentistas -conocíamos las sinfonías anteriores; escuchábamos los apuros del coro con su material; sabíamos que los solistas (aficionados no eran esos penitentes) enfrentaban aprietos.
Así que, sin más preámbulo amigo lector, la verdad es que la Novena Sinfonía de Beethoven es problemática. En el apogeo del Romanticismo germánico (1845 en adelante), algunos columnistas no podían esconder su condescendencia con la estructura de todo el episodio coral, la selección del texto, y la incoherencia de que existiese un episodio vocal de tales dimensiones en el marco de una cultura y gramática musical tradicionalmente instrumentales. (¿Cuantas sinfonías por Haydn y Mozart, por ejemplo, tienen coro?) Hace solo unos años, el eminente director y clavecinista alemán Gustav Leonhardt (1928-2012) se lamentaría de “un texto pobremente escogido” en la Novena y la “torpeza en la ubicación de los versos sobre la melodía principal".
Beethoven tampoco exhibió facilidad alguna escribiendo para la voz humana. Sus últimos cuartetos y sonatas para piano casi suplican a los intérpretes, en alemán e italiano, la ejecución cantabile que le eludía persistentemente en la hechura de música vocal. Una explicación parcial de la torturada existencia de su única ópera (Leonore/Fidelio) descansa en la insatisfacción resultante de una escritura inoficiosa para las voces. Beethoven, otra vez en contraste con Haydn y Mozart, nunca pudo asimilar la maestría de Handel en el manejo de los coros acompañados por instrumentos; igualmente le fue ajena la confección de una escritura polifónica que favoreciese la ubicación natural de la voz en la tesitura (fach) del coralista, otro de los logros inconmensurables de Handel.
Evidencia de estos fallos se ve en la partitura misma de la Novena, donde el compositor, a regañadientes, permitió versiones alternativas (¡simplificadas!) de determinados pasajes vocales: los primeros ejecutantes de la obra en 1824 habían implorado cambios a sus partes, juzgándolas “incantables.” (Otro día debe escribirse del “estreno” de la Novena, con tres (!) ensayos. Este fue el panorama entonces: un compositor incapacitado de escuchar a los participantes, un director de orquesta que nunca había visto música semejante, dificultades casi insuperables -sin precedente- en los atriles de los instrumentistas y los ejecutantes vocales. Si aun para las grandes orquestas modernas esta obra sigue siendo materia de rigurosos ensayos, la dulce distracción provista por las anécdotas piadosas sobre aquel estreno debe sugerir precaución sobre su veracidad.)
Asedia también a cualquier reflexión sobre la Novena Sinfonía la existencia de imprecisiones respecto a la voluntad artística postrera del autor. Revela el psiquiatra y musicólogo Maynard Solomon en el incomparable documento biográfico Beethoven (Segunda Edición, 2001) las dudas del músico con la arquitectura de tres de sus obras maestras capitales: esta Novena Sinfonía, la Sonata No. 29 en Si bemol, Op. 106 (Grosse Sonate für das Hammerklavier) y su Cuarteto No. 13 en Si bemol, Op. 130. En síntesis, pacientes lectores: Beethoven abrigó cuestionamientos sobre la extensión y coherencia de esas piezas. Solo para estimular su curiosidad, les sirvo como aperitivo que Beethoven bosquejó anotaciones para un movimiento exclusivamente instrumental como cierre de la Novena, sugirió a sus editores cambios para acortar la sonata Hammerklavier, y desprendió del Cuarteto el Finale, convirtiéndolo en ese monumento al Ars Combinatoria que hoy conocemos como el Grosse Fuge, Op. 133.
Carente o no de rigor histórico, menciono que el Maestro Leonard Bernstein abonaría a estos debates con su visionaria sustitución en 1989 de la palabra 'Freude' (Alegría) por 'Freiheit' (Libertad), alegando que la censura napoleónica alumbró en Viena una leyenda que ubicaba a Friedrich Schiller, autor de la epónima 'Oda a la Alegría', escribiendo realmente un poema revolucionario titulado 'Oda a la Libertad' o 'An die Freiheit'.
El intercambio con el Sr. Alegre Barrios que produjo estas líneas, surgió de una polémica que por más de un siglo ha sido telúrica: desde una primera edición impresa (1801) de sinfonías por Beethoven, existen errores en las partituras del director y las particellas orquestales. Los errores abarcan una gama de impertinencias; faltas de ortografía musical, colocación incorrecta, ambivalente o contradictoria de instrucciones al ejecutante o marcas de expresión musical, adopción de anotaciones musicales espurias, cambios o (peor aun) inconsistencias en la información que aparece en los pentagramas. Según Jonathan del Mar, editor de los materiales críticos actualizados en 1996 que nuestra Sinfónica usará este próximo sábado, las partes de 1826 para la Novena (conocidas en la jerga como partes Breitkopf, en alusión a la firma editorial que las preparó entonces) contienen cerca de 3,000 (!) errores, algunos garrafales, que se han perpetuado en incontables grabaciones, algunas legendarias. Esas imprecisiones pueden enturbiar la lógica de las armonías o las proporciones rítmicas de las obras, siendo este último renglón emblemático a la retórica de Beethoven.
En esa misma escaramuza se ventila, quizás ahora no de manera tan vociferante como hace unos treinta años, la validez de las marcas metronómicas de Beethoven; esas indicaciones -en pocas palabras- denotan sus intenciones respecto a la velocidad a que debemos tocar su música. Respecto al Finale de la Novena, lo anotado por Beethoven causa desasosiego a los directores: el célebre pasaje del tenor, coro de varones y la banda turca, es marcado en la partitura a una velocidad imposiblemente lenta; lo sabemos porque la fonética del texto del alemán no funciona a ese tempo. ¿Pero y que querría entonces Beethoven? Aquí la inferencia: era el sobrino de Beethoven, Karl, quien copiaba laboriosamente las indicaciones del compositor en las partituras de galera que iban al editor; para no entrar en tecnicismos, Karl copió un número correcto, pero sobre una proporción de pulso por compás incorrecta. ¿Se la dictó mal Beethoven? ¿Karl no le entendió, o se equivocó? No hay forma de saber, pero nadie usa lo que aparece en la partitura de 1826. Del Mar inserta los ajustes, pero ya sabemos que ESA edición -como dijésemos, de 1996- TAMBIÉN tiene problemas. ¡El propio Maestro Maximiano Valdés enmendó algunos de ellos en el ensayo de nuestra Sinfónica del pasado martes! ¿Hay otras ediciones académicas recientes de las obras de Beethoven que incorporen los últimos hallazgos sobre este y otros tópicos? Claro que las hay, y la caja de Pandora que se ha abierto no ha provocado más convulsiones porque la industria de la grabación no es lo que era hace un cuarto de siglo.
Ya parecen majaderos los debates sobre la exactitud del mecanismo de relojería en el metrónomo de Beethoven; unos dicen que estaba averiado, unos dicen que ese artefacto no se ha preservado en su estado original, otros dicen que no hay defectos en el aparato de marras. ¿A quien creerle? Es fundamental que entendamos que nuestra captación de esas obras, mas allá de lo estrictamente cronométrico, depende de cómo articulamos el pensamiento musical del autor, a un tempo mas lento o mas rápido. Ahí están las grabaciones consignadas a ese intrigante asunto con Sir Roger Norrington (The London Classical Players) y los logros mas recientes del Maestro John Eliot Gardiner y su Orchestre Revolutionaire et Romantique. Deben conocerlas. El Maestro Gardiner regala en su ciclo de compactos con todas las sinfonías de Beethoven una charla puntualísima cuya audición debiera ser obligatoria para todo el público del sábado próximo.
El final de la Novena, según Gardiner
Entonces, ¿piensa quien escribe que la Sinfonía Coral de Beethoven no sirve, o es defectuosa? No lo es mas que el Réquiem de Mozart; esa obra si debiera ser extirpada de las salas de concierto en la desfigurada versión de Süssmayer. ¿No le gusta la Novena? Eso es irrelevante, pero no creo que sea la obra maestra monolítica que nos han amamantado. ¿Pues qué le emociona entre las sinfonías de Beethoven? Respetados lectores: la Heroica, la Pastoral, la Séptima.
Ahora se me apareció el rostro de Bach en el cuadro de Haussmann, y escucho -no se de dónde- la Misa en Si menor.
Todo lo que puedo hacer es sonreír.
Aquí una verdad: la Novena es realmente un homenaje en que Beethoven quiso recrear la Misa en Si menor…
(El autor es el Director Asociado de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico y creador y anfitrión del programa de radio "Banda Sonora", que se transmite a través de Allegro 91.3 FM)